lunes, febrero 20, 2006

Missis Jumis

Missis Jumis, de mayor, quería ser una mujer fatal y tener muchos hijos. En realidad, sus 22 años no hacían sino proyectarse en la estrecha franja de banda que el pensamiento conservador reserva a las mujeres: puta o virgen madre...

Pero Missis Jumis no era amiga de la mediocridad. Si debía ser puta, quería ser la de mayor estatus y más peligro: mujer fatal. Si debía tener hijos, tendría diez. Aunque llevaba cualidades para andar ese camino (tanto una fértil matriz, como una cara preciosa), el suyo sería otro distinto, menos... literario. Alcanzaría un buen nivel de fatalidad hasta casarse y tener tres hijos (menos que diez, pero suficientes para llenar una cabeza entera de ruido). Tras su compromiso y su matrimonio, guardaría la fatalidad en el mismo armario que su traje de la primera comunión, el del baile de graduación y el de la boda. Entonces, solo muy de vez en cuando, montaría un drama. Una trágica historia de pasión, celos y muuucho sentimiento de culpa. Su vida estaría “totalmente” destruida en 15 ocasiones. En general la sangre nunca llegará al río, ni será para tanto. Solo cometerá dos infidelidades: a los 34 durante una visita de fin de semana en NY (en una especie de grito de atención, de suicidio histérico de la relación, ya que lo contará todo a su esposo trascurrido un mes del viaje) y a los 48 con un chico joven que no paraba de repetir que estaba enamorado de ella (pero esta vez no tendría nada que ver con su marido).

Jumis Fue la niña de su casa. Recibió atención constante, la palabra precisa, la sonrisa perfecta. Quienes sufren esta maldita bendición, cuando salen al mundo, deben comprobar en ojos ajenos que están haciendo lo correcto, y quieren hacer lo correcto para encontrar aprobación en toda mirada. Así creció, como la gente que busca, necesita, se desespera por tener contacto visual, comunicación y aprobación: a trompicones, un poco más a trompicones que los demás. Si el mundo no está pensado para nadie, menos para ellos. En el pasado, lo que se debía hacer era sencillamente imposible... ni serían capaces de defender en solitario el puente del asalto enemigo, ni alcanzarían la beatificación por su sonrisa dispuesta o su recatado y humilde comportamiento... por lo menos, daba para que estos seres, tan tiernos, tuvieran honrosas muertes-suicidio o vidas-suicidio. Hoy se enfrentan a una dificultad mayor: lo que se debe hacer es múltiple e incompatible. Missis Jumis no cejaba, no podía cejar, en su empeño de cumplirlos todos de la mejor manera posible. Ella sería virgen madre y puta.

Era admirable haciendo interesantes variaciones con tan escasos materiales. Le gustaba el tropo “la embarazada sexy”. Decía, con razón, que sería una embarazada muy sexy. Pero el tema más conseguido era el de la de la colección de razas. Sería madre de 10 hijos. Cada uno de un padre distinto quien, a su vez, sería miembro de una raza distinta... algo así como la madre fatal. Los padres solo serían noches de pasión o corazones desechos... engendraría con los mejores especimenes de todos, sin tipos preferidos sin discriminaciones. Aquella historia era sin duda una fantasia que intentaba conjurar la realidad de su vida de pareja: novia de un nazi violento y de pelo corto durante seis años, lo había dejado y sustituido por un tipo que no deja a su novia. En fin, que era una historia escaparate. Tenía el mismo efecto que inclinarse con el codo levantado por encima de la cabeza apoyándolo sobre la pared. De ella, le gustaba especialmente el brillo que producía en los ojos de sus oyentes, como estiraban el cuello, como aumentaban su atención.

La señorita Jumis volvió sorprendentemente pronto de la fiesta en casa de un amigo de su novio. El zapatar rápido y furioso escaleras arriba, hasta su habitación de la primera planta era inconfundible. Drama. ¿Habría, la señorita Jumis vuelto a besar al novio oficial de alguna amiga?, ¿Habría su novio/ex/amante vuelto a mostrar una total falta de afecto, cariño o respeto?... Abrió la puerta del baño y se volvió a duchar antes de acostarse... ¿Se habrá sentido impura conteniendo gemidos en el vestidor de un cuarto de una casa de estudiantes?

Sabía que era una mala idea, pero llamó a la puerta. No tenía curiosidad por saber qué había pasado (ya sabía la historia o, al menos, el tipo), solo quería verla mientras la contaba. “No, no me apetece, quiero dormir”. OK. Misión cumplida, ya podía descansar tranquilo... Horas después, dormía a pesar de los gritos, dormía a pesar de la música... pero no pudo seguir durmiendo cuando entre la algarabía escuchó una risa familiar. ¿Porqué tenía que ser tan carajote? ¿por qué tenía que cagarla tanto? ¿por qué se quemaba de semejante manera?... Quizás el señorito sea demasiado sensible a la belleza. Quizás, de mayor, quiera ser un héroe trágico.

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